Posted by : Vaig a Peu miércoles, 20 de abril de 2016

Entre las poblaciones peruanas de Nazca y Palpa descansa uno de los más grandes misterios arqueológicos de todos los tiempos. El desierto, uno de los más áridos del planeta, fue el hogar de la cultura Nazca, que entre los años 200 a.C. y 600 d.C. creó un conjunto de gigantescos geoglifos, sólo visibles desde cierta altura, que forman figuras animales, humanas y geométricas. Desde que los arqueólogos empezaron a estudiar las figuras, en los años treinta del siglo XX, se han sucedido decenas de teorías sobre su creación, su significado y, sobre todo, su utilidad. Hoy sabemos con bastante certeza que los habitantes de la zona crearon los geoglifos retirando las piedras enrojecidas de la superficie para que se viera la arenisca blanca que se encuentra debajo pero ¿qué les llevó a crear esas gigantescas figuras? En un principio los arqueólogos pensaron que las líneas no eran más que caminos, pero cobraron más fuerza otras teorías que aseguraban que las figuras constituían “centros de adoración” pensados para agradar a una divinidad situada en las alturas, e, incluso, formaban un gigantesco calendario, que tenía como propósito apuntar al sol y los cuerpos celestes. El hecho de que las líneas de Nazca no fueran más que caminos no parece lo más atractivo, pero un grupo de arqueólogos japoneses que ha revelado la situación de 100 nuevos geoglifos de Nazca cree que la primera teoría, que fue formulada por el antropólogo peruano Julio Cesar Tello –el primero que estudió seriamente el yacimiento–, podría ser en parte acertada. Los investigadores de la Universidad Yamagata, liderados por el doctor Masato Sakai, han presentado sus hallazgos en la convención anual de la Sociedad Americana de Arqueología, que se celebró el pasado mes de abril. Para entender la relación entre las distintas imágenes, Sakai y sus colegas analizaron la localización, el estilo y el método de construcción de los nuevos geoglifos y descubrieron que existen cuatro tipos diferentes de figuras que tienden a agruparse en diferentes rutas, todas ellas con el mismo destino: la ciudad preinca de Cahuachi. Hoy sólo queda en pie una pirámide, pero entre el año 1 y el 500, cuando la urbe vivió su esplendor, era un centro de peregrinación de primer orden y, a todas luces, capital de la cultura Nazca. Los investigadores han descubierto que los geoglifos no sólo varían en cuanto a forma, también en cuanto a tipo de construcción. Algunas figuras están formadas tras retirar las piedras de su interior y otras tras apartar sus bordes. Según los arqueólogos japoneses, las figuras de Nazca fueron construidas por al menos dos culturas bien diferenciadas, con técnicas y simbolismos diferentes, que pueden observarse en los geoglifos que trazan el camino de su zona de origen a la ciudad de Cahuachi.  “Los geoglifos del tipo A y B (que corresponden a imágenes de cóndores y llamas) se localizan en el área adyacente al Valle de El Ingenio, pero también en el camino que va desde allí a Cahuachi”, ha explicado Sakai a Livescience. “Parece razonable asumir que los geoglifos del tipo A y B fueron dibujados por un grupo del Valle de El Ingenio”. Los arqueólogos descubrieron que los dibujos cambiaban notablemente en la región más cercana al Valle de Nazca, y la ruta que va de allí a Cahuachi. Gracias a la UNESCO, las líneas de Nazca son Patrimonio de la Humanidad desde 1994.

Ayer, por la tarde tomamos el vuelo Arequipa-Lima, recepción y traslado al hotel Casa Andina Classic Miraflores, donde ya estuvimos alojados. Tiempo para ir a cenar, preparar nuestras maletas, aquí dejaremos la mitad de nuestro equipaje para la vuelta, y a dormir; a las 03:45 sale nuestro bus Cruz del Sur con destino Paracas.

Durante el trayecto hemos descansado confortablemente y llegamos a primera hora de la mañana a la estación de bus de Paracas, que es un chiringuito en toda regla, con cañas de bambú y techumbre. Nos trasladan al Hotel San Agustín Paracas y aquí cambia todo, estamos junto al mar. Nos da tiempo a desayunar.


Hasta las 10:40 horas no nos recogen para ir a sobrevolar las Líneas de Nazca. Mientras tomamos posesión de las hamacas junto a la espectacular piscina. Paseamos por la playa, delimitada por dos embarcaderos, con canoas y barcas de pesca fondeadas; contemplamos pelícanos pescando y majestuosos cormoranes sobrevolando las aguas.

Es un mar diferente a los que hemos conocido, aparentemente tranquilo y de un azul más tenue. En la orilla podemos observar distintas aves marinas de especies autóctonas. No aconsejan bañarse en la playa por la existencia de medusas y rayas. Nos vienen a recoger para ir al aeródromo de la ciudad de Pisco.

Hay una pequeña e impaciente espera mientras preparan nuestro aparato. Nos sentimos algo nerviosos, no hemos volado nunca en avioneta. Somos doce pasajeros más piloto y copiloto, pero no vacilamos cuando nos dan permiso para salir a la pista. Hay varias avionetas y jets, la nuestra es OB-2021-P.


Tenemos tiempo de fotografiarnos individualmente junto a la avioneta antes de subir a bordo. Seis pasajeros a la derecha y seis a la izquierda, como nuestra reserva está hecha con mucha anterioridad, tenemos los asientos números uno y dos, detrás del piloto y del copiloto; a la vista tenemos todos los mandos y pantallas.


Cada pasajero tiene su ventanilla para mirar, al ser los primeros tenemos las alas muy cerca. El consejo primordial es mirar cada uno por su ventanilla y procurar no hacer movimientos bruscos de cabeza para evitar los mareos. Rugen los motores en espera de la autorización de la torre de control para inicial el vuelo.

Nos movemos hacia la pista central y llega la orden de despegar. Nos elevamos con facilidad y no hay ninguna sensación de fragilidad, pero tenemos que ir acostumbrándonos al persistente ruido de los motores. De repente el mar. Sobrevolamos la zona de los hoteles donde estamos alojados y la península de Paracas.

Giramos hacia la zona desértica. Según el copiloto tardaremos unos treinta minutos en comenzar a observar los geoglifos. Sorprendentemente, en medio del desierto aparece una especie de oasis, una gran extensión surcada por una corriente de agua con campos y sembrados en plena producción.


Luego, tras unas montañas blancuzcas, vemos otro estrecho y verde valle,  con plantaciones y arboledas, un lugar asombroso en medio del desierto. De nuevo el desierto en el que distinguimos dos geoglifos algo indefinidos y borrosos, pero si ampliamos las fotos veremos que son la “Ballena” y parte del “Loro”.

El copiloto nos alerta de que vamos a observar el “Astronauta”. Primero harán una pasada virando a la derecha y luego otra a la izquierda, debemos esperar para mirar por nuestro lado, evitando movimientos bruscos que nos puedan marear. El “Astronauta” se percibe netamente sobre una ladera marrón.

Lo realmente emocionante son los virajes a derecha e izquierda de la avioneta, acojonante la sensación. El peso de mi cámara réflex con el objetivo 18-200 es de poco más de un kilo, cuando el viraje es a la izquierda, mi lado opuesto, la gravedad hace que sienta un peso de varios kilos que tengo que sujetar.

La carretera Panamericana atraviesa el desierto y la mayoría de los geoglifos están al lado de ella. El siguiente es el “Colibrí” que también resalta sobre una superficie oscura y es uno de los más populares. Viene la “Araña”, también ampliando la foto, asombroso por la complejidad de su dibujo.

Los siguientes son más difíciles de ver sobre la parduzca arena del desierto, pero ampliando las fotos logramos distinguirlos. Primero el “Cóndor” con sus garras y alas desplegadas. A continuación, junto a la carretera tenemos las “Manos”, bien definidas y, el “Árbol” con sus ramas y raíces.

La mayor o menor visibilidad depende del horario del vuelo y de las condiciones meteorólogas de cada día. Finaliza nuestro itinerario sin haber visto todos los geoglifos. Hemos visto otra avioneta en vuelo, quizás, cuando hay más gente dividen los itinerarios. Aterrizamos, y desde el aeródromo nos trasladan a nuestro hotel.

Tarde apacible en las instalaciones del hotel con buenas vistas contemplando el vuelo alto del cormorán. Con las bucólicas luces del atardecer salimos a pasear y buscar un agradable lugar para cenar en la bahía de Paracas.

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