Posted by : Vaig a Peu lunes, 22 de octubre de 2018

En nuestros viajes en busca de los bosques otoñales el norte se acaba, al menos por el oeste, que este año rematamos por el sur de Zamora y el norte de Salamanca con los/las Arribes del Duero. Zamora y Salamanca ya las habíamos visitado pero nos quedaban los Arribes y este año les ha tocado.

Siempre que planeamos estos viajes comprobamos si cerca de ruta queda algún lugar interesante y en esta ocasión surgió Oporto y la desembocadura del Duero. A no mucha distancia de nuestro destino que retocando un poco el viaje de ida lo hemos ajustado perfectamente. Yo ya había estado hace siete años cuando hice el Camino de Oporto a Santiago de Compostela y me llevé un grato recuerdo de esta vetusta ciudad portuguesa, pero Susi no la conocía y la teníamos pendiente, así que, dos pájaros de un tiro.

Un mes antes y con la experiencia de otros viajes, comenzamos la planificación rebuscando los archivos guardados para esta oportunidad, decidiendo en qué lugares montaríamos el campo base. Normalmente casi siempre elegimos dos puntos para que en los desplazamientos diarios no tener que hacer demasiados kilómetros, pero esta vez, al añadir Oporto hemos ampliado el número de días y a cuatro los puntos de pernoctación mejorando las combinaciones.


Lo más sencillo era ir directamente a Oporto. Del Mediterráneo al Atlántico, 975 kilómetros en una jornada mayormente por autopista y evitando los grandes núcleos como Madrid. En Portugal la diferencia horaria con una hora menos jugaba a nuestro favor; por lo que la llegada a media tarde al hotel nos permitió descansar, pasear y cenar en la Ribeira.


Para las dos noches de Oporto elegimos un pequeño y antiguo hotel que ha sido restaurado, situado estratégicamente a unos ochocientos metros del centro histórico y a otros tantos de la Ribiera, donde ver anochecer paseando o cenando en los diminutos restaurante a la orilla del Duero, es una pasada.


El día de regreso a España en dirección a Sanabria, aprovechamos para hacer una espectacular ruta por los Passadiços do Paiva, de Areinho a Espiunca; ya habíamos reservado con antelación para este día por la página web los tickets, el aforo está controlado y solo permiten un número de visitas diarias.










Para las dos noches en Puebla de Sanabria escogimos el hotel Victoria, muy céntrico, pequeño y  moderno, con solo servicio de habitaciones y acceso con claves. Muy recomendable. Por las tardes al regreso de las rutas recorríamos su casco antiguo.


Recordamos otros viajes a la zona e hicimos dos rutas, por supuesto la circular al lago de Sanabria, la llamada ruta de los monjes, en un día espléndido recorrimos el bosque de robles y las playas fluviales, subiendo a San Martín del Castañeda para terminar en Ribadelago.


Al día siguiente marchamos hacia Sotillo de Sanabria, apartado enclave rural en busca de su escondida cascada, que forma una cola de caballo que se precipita desde gran altura. Proviene del lago de Sotillo que desagua por el arroyo de las Truchas, recorriendo un colorido bosque otoñal.


De allí nos dirigimos al Centro de Interpretación del Lobo Ibérico, esta parte de la península, con unas doscientas manadas, es la más poblada de Europa. Conocemos de cerca el gran debate entre los ganaderos y el lobo, pero sin tapujos. Luego pasamos al observatorio del Tenadón donde podemos ver a cuatro ejemplares en semi libertada a la hora de comer. Son animales con alguna tara o recuperados que ya no podrían vivir con sus manadas.


Ya teníamos el coche cargado con el equipaje y tomamos rumbo a Zamora, donde elegimos un hotelito más convencional y cercano al centro histórico de la ciudad. Al día siguiente visitamos Toro donde continuamos empapándonos del bien conservado románico y el grandioso arte sacro que atesoran las dos ciudades. Al atardecer contemplábamos el regreso de las cigüeñas a sus nidos. También disfrutamos de pruebas y catas de su extensa y variada gastronomía siempre acompañada por sus magníficos caldos. 


Al día siguiente por la mañana terminamos de recorrer Zamora por los miradores de las murallas al Duero, sus iglesias y la catedral que no pudimos acceder por estar oficiando misa, terminando por su castillo.


Por la tarde tomábamos posesión de nuestro hotel en Aldeadávila de la Ribera para cuatro noches, parecen muchas para un pueblo tan pequeño, pero tenemos que recordar que estamos en el corazón de los Arribes del Duero, nuestro objetivo otoñal. Tiene varios restaurantes, supermercados y panaderías, donde comprar provisiones para comer en las rutas, además de bodegas con vinos de denominación de origen Arribes y quesos artesanos elaborados en los pueblos cercanos.


En nuestro primer día de ruta nos fuimos a Mieza para avistar el río Duero desde las alturas de los miradores del Águila, el Colagón del Tío Paco y el de la Code, el más famoso de ellos. Es una maravilla ver serpentear el río Duero desde estos estratégicos y apartados miradores, aunque un tramo de la ruta bordeando los acantilados, es poco transitada y las zarzas de espinos nos dejaron alguna huella. 


Regresamos a Aldeadávila para dirigirnos a la Playa Fluvial del Rostro y su embarcadero desde donde parte el catamarán de unas cien plazas que realizar los cruceros fluviales. La ruta va desde el embarcadero hasta la Presa que son unos 22 kilómetros navegando por un Duero apacible y encajonado entre paredes de granito de más de 400 metros de altura que marcan la raya entre España y Portugal, un país en cada ladera. 


El martes amaneció lluvioso, es el único día en todo el viaje lo que lo hizo y solo hasta el mediodía. La lluvia nunca ha detenido nuestras actividades por lo que organizamos una ruta en coche para visitar los miradores más alejados y de increíble espectacularidad. El primero que nos dirigimos fue al mirador del Fraile, encaramado sobre un espolón con vistas al Duero y con la Presa de Aldeadávila a nuestros pies. 


Después nos atrevimos a subir por la impresionante carretera que rasga la ladera del desfiladero del Duero con innumerables lazadas y curvas hasta el edificio de Control de Iberdrola, donde hay dos miradores apabullantes al río y ahora, a corta distancia de la Presa de Aldeadávila. 











De bajada nos acercamos al Poblado de La Verde y también a la Capilla de San Francisco de Paúl. Continuamos hacia el Picón de Felipe otra atalaya natural al cañón y a la presa, reforzada con la leyenda del pastor Felipe y su amada portuguesa. 


En  el último día decidimos hacer una ruta no muy fuerte para poder regresar a media tarde, hay que ir cerrando maletas, ordenar las compras y cargar el coche. Elegimos Fariza de Sayago en tierras zamoranas lindantes. 


Precioso recorrido por la Ribera de los Molinos junto al arroyo del Pisón para llegar a la ermita de Nuestra Señora del Castillo y al mirador de las Barrancas, otras dos atalayas para contemplar el Duero, el gran protagonista de este viaje.

Rematamos con la visita al Picón del Moro, al que no pudimos acceder por estar cerrado y vallado, quizás por algún desprendimiento, pero pudimos asomarnos en los alrededores logrando hacer algunas fotos al imperturbable Duero.

Al día siguiente tras el desayuno y despuntando el amanecer emprendimos el regreso. Este es el resumen de un gran viaje por  el noroeste persiguiendo el otoño y árboles singulares; donde cada comarca es distinta, y cada año, aunque sea en las mismas fechas, todo cambia, el clima, la humedad y la forma de gestionar los bosques y parques naturales.

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