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LA CIUDADELA DE SALADINO Y LA MEZQUITA DE MEHMET ALÍ, EL BARRIO COPTO Y EL MUSEO DE ARTE EGIPCIO, EL CAIRO. EGIPTO
La Ciudadela fue iniciada en 1176 por Salah ad-Din, el último de los califas fatimíes, conocido popularmente como Saladino, con la intención de encerrar y fortificar la ciudad contra los cruzados. Los muros que aún permanecen en pie de la fortaleza original, se ven mejor desde la avenida Salah Salem en el lado este. En el lado occidental, los restos más antiguos se encuentran en la puerta Bab el-Azab, que data de 1754. Salah ad-Din y sus sucesores usaron la mitad sur de la fortaleza como residencia real, mientras que la mitad norte se convirtió en una guarnición militar.
La Ciudadela fue el lugar de residencia de la mayoría de los gobernantes de Egipto durante los siguientes siete siglos, cada uno de los cuales construyó mezquitas y palacios dentro de sus murallas. Uno de los últimos gobernantes en vivir allí fue Mohamed Ali, que ganó el poder en marzo de 1811, masacrando a cuatrocientos setenta destacados dirigentes mamelucos, a los que había reunido en la Ciudadela para iniciar conversaciones de paz.
La mayoría de los mamelucos de relevancia fueron invitados por Mohammed Ali para celebrar un banquete de reconciliación. Utilizando la excusa de ir a rezar juntos antes de la comida, encaminó a los mamelucos hacia la mezquita cruzando un angosto pasaje donde estaba preparada la emboscada.
Encerrados por ambos lados del estrecho pasadizo, ninguno pudo evitar la agresión de los soldados de Mohamed Ali, que les dispararon desde las posiciones más elevadas. Con esta masacre terminó el dominio mameluco en Egipto, y dio comienzo el reinado de la dinastía de reyes turcos que dominaría Egipto desde comienzos del siglo XIX hasta la insurrección de Gamal Nasser en 1952, que terminó con el gobierno del rey Faruq.
Una vez en el poder, Mohammed Ali procedió a derribar la mayoría de los edificios mamelucos y a reemplazarlos por construcciones nuevas, entre las que destaca la más famosa: la Mezquita de Alabastro. Además de esta, hay otras dos mezquitas en la Ciudadela: la mezquita de Ahmed Katkhuda, cerca de la puerta Bab el-Azab, y la mezquita del sultán Mohamed el-Nasir, del siglo XIV, en el recinto sur.
La Mezquita de Alabastro de Mohamed Ali fue construida entre 1824 y 1857, y debe su nombre a que sus muros están completamente forrados de placas de alabastro, aunque la decoración nunca fue terminada del todo por falta de fondos. Su tumba está a la derecha de la entrada y todo el vasto espacio está dominado por una enorme cúpula que se eleva a cincuenta y dos metros de altura.
Cuatro cúpulas más pequeñas soportan el peso de la cúpula central, al más puro estilo de las mezquitas de estilo turco, todas ellas iluminadas por candelabros circulares de cristal que contienen decenas de lámparas. El santuario tiene un gran púlpito para lecturas del Corán junto al mihrab.
El patio también tiene arcos, cúpulas y un pabellón con la fuente para las abluciones de los fieles, y en algunos momentos este puede ser un lugar muy tranquilo y acogedor. En la galería occidental hay una torre con un reloj que el rey Luis Felipe de Francia regaló a Mohamed Ali en 1845, al parecer para corresponder a la donación al gobierno de Francia del obelisco del Templo de Luxor que ahora luce en la Plaza de la Concordia.
Todos opinan que Francia se llevó la mejor parte del trato, porque el reloj, considerado en su momento un artículo tecnológico sin parangón, en realidad casi nunca ha funcionado. La mejor vista de la mezquita se disfruta desde el exterior, donde se pueden ver las enormes cúpulas y los elegantes minaretes que se han convertido en uno de los emblemas de El Cairo. (egiptoprofundo.org)
En lo profundo de El Cairo copto se encuentran varias iglesias muy antiguas, incluyendo la Iglesia de los santos Sergio y Baco, que data del siglo V y, supuestamente, fue construida sobre una cripta donde la Sagrada Familia (Jesús, María y José) se refugió durante la huida a Egipto.
Como ya hemos comentado, el barrio Copto fue creado como tal con la invasión por parte de lo árabes de la ciudad de El Cairo. Originalmente «copto» era el término con el que se denominaba a todos los habitantes de El Cairo, y tras la llegada de los árabes, ese término se extendió hacia todos los habitantes cristianos del país. Estos pasaron a vivir mayoritariamente en el barrio Qasr al-Sham que pasó a conocerse popularmente como barrio Copto.
Esta zona de El Cairo tiene carácter histórico, ya que según el Nuevo Testamento, en esta zona es en la que vivió la familia de Jesús, en su exilio huyendo de la persecución de Herodes. En la cueva donde se dice que vivieron en esta época se construyó la Iglesia de San Sergio y San Baco, y era uno de los lugares que más me llamaban la atención para visitar dentro del Barrio Copto, aunque en realidad me gustó todo.
Ubicado en un imponente edificio de estilo neoclásico construido a medida para albergar sus exquisitas colecciones, el Museo Egipcio de El Cairo fue inaugurado en el año 1902 y desde entonces no ha dejado de crecer hasta convertirse -como no podía ser de otro modo- en el museo más importante en su estilo a nivel mundial.
Entre los preciados objetos de la colección del museo se pueden ver estatuas, pinturas, relieves y elementos funerarios entre otros numerosos objetos, aunque si hay dos áreas que destacan sobre el resto de las exposiciones se trata de las salas de Tutankamón, donde se exponen los tesoros que se encontraron en su tumba, y la sala de las momias, donde reposan los restos momificados de importantes faraones.
En el momento de su creación el Museo Egipcio de El Cairo contaba con unas 12.000 piezas, pero con el paso de los años la colección se vio notablemente ampliada hasta unos 150.000 artículos que actualmente no pueden ser mostrados en las instalaciones por falta de espacio.
Para que los objetos de la colección puedan brillar en todo su esplendor, actualmente se está construyendo el Gran Museo Egipcio, que complementará al actual convirtiéndose en el museo arqueológico más grande del mundo. Se espera la finalización de la construcción y apertura para finales de este año.
El Antiguo Egipto es una civilización apasionante. Las majestuosas tumbas, los faraones y la concepción única que tenían acerca de la vida y la muerte han logrado interesar a arqueólogos de todo el mundo. Expertos que han dedicado su vida a resolver los misterios escondidos dentro de los templos, las ruinas y las tumbas ubicadas a lo largo del río Nilo.
Los secretos de esta civilización están resguardados en las pinacotecas más importantes del planeta, entre el Louvre y el British Museum. Sin embargo, nada se compara con el Museo de El Cairo; un recinto que cuenta con una colección de alrededor de 120 mil piezas, todas pertenecientes al Antiguo Egipto. Quizá por esto, este museo es una de las principales atracciones de la ciudad africana y una parada obligada para los amantes de la cultura.
En el siglo XIX, Egipto se convirtió en el paraíso de la arqueológica; sus tierras se ofrecían casi vírgenes a los picos de los anticuarios, a las apetencias de los comerciantes, a la exigencias de los agentes consulares y a la avidez de los arqueólogos y estudiosos de medio mundo, franceses y británicos, alemanes y, con posterioridad, estadounidenses, fueros los que pusieron mayor empeño en resucitar el universo de aquellos reyes que habían llegado a ser casi dioses.
Entre todos los nombres no puede olvidarse el de Howard Carter; bajo el mecenazgo de Lord Carnavon, el último de los particulares que obtuvo el permiso de excavar en suelo egipcio, y cuando se pensaba que el Valle de los Reyes ya había desvelado todos sus secretos, Carter descubrió, en 1922, la tumba de un moderno faraón de la XVIII dinastía Tutankamen o Tutankamón (Tut Anj Amón), tumba que atesoraba, sin embargo, uno de los más ricos ajuares funerarios jamás conocidos.
El descubrimiento de Carter cierra un importante episodio de la arqueología egipcia: el de aquellos hombres que intentaron una aventura casi individual, o el de quienes se empeñaron, desde jóvenes, en descubrir lo que a otros había pasado desapercibido.
El halo romántico que envuelve estas actitudes va desapareciendo a medida que las ciencias se convierten en medios auxiliares de la arqueología. El aventurero solitario y audaz que fía su trabajo a las intuiciones es arrinconado en aras del equipo de científicos que apenas deja nada al azar.