Las palabras de
Saint-Exupéry: “El sol le hizo tanto el amor al mar que acabaron engendrando
a Córcega“, son una definición perfecta de esta isla francesa que los
griegos llamaron “la sublime” (Kallisté) y
los franceses “Isla de belleza” (Ile
de Beaisla uté). Un increíble mosaico de paisajes naturales infinitos, diferentes los unos
de los otros en la más pequeña de las islas del Mediterráneo occidental, después
de Sicilia, Cerdeña y Chipre.
Aunque es la más
montañosa; en realidad, puede decirse que Córcega es una montaña en el mar, con cumbres que superan los 2000 metros de altura –
el punto culminante está a 2710 metros -. Y posee un patrimonio natural único, de hecho,
muchas de sus riquezas naturales han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Además, en un intento por conservar una isla salvaje, apuesta por un turismo
sostenible, evitando el turismo de masas. De hecho, en el litoral corso no
existen esas grandes cadenas hoteleras ni esos enormes edificios de bloques que
destruyen el paisaje. Córcega, mosaico
de paisajes. Naturaleza rica y exuberante.
Pero la riqueza natural de Córcega no se reduce a sus montañas. También están los bosques de pinos que rodean lagos de altitud, los pastos alpinos, el monte bajo inexplorado, los viñedos, los 25 ríos que la recorren – es la isla más irrigada de la cuenca mediterránea -…y los más de 1000 kilómetros de un litoral variado, con 200 playas de arena fina. La Costa oeste es la más salvaje, la más recortada, con esos profundos acantilados de pórfido rojo y de caliza blanca, esos cañones de granito; y el litoral este está recorrido por la larga planicie de Aléria… Evidentemente, Córcega posee la topografía más variada de las islas del Mediterráneo. También una fauna y una flora única y frágil, con bastantes especies endémicas. Una riqueza natural que hay que preservar, por lo que dos tercios de la superficie de la isla son Parque Natural Regional, en total 3500 km², con cinco Reservas Naturales y un Parque Marino Internacional.
Pero la riqueza natural de Córcega no se reduce a sus montañas. También están los bosques de pinos que rodean lagos de altitud, los pastos alpinos, el monte bajo inexplorado, los viñedos, los 25 ríos que la recorren – es la isla más irrigada de la cuenca mediterránea -…y los más de 1000 kilómetros de un litoral variado, con 200 playas de arena fina. La Costa oeste es la más salvaje, la más recortada, con esos profundos acantilados de pórfido rojo y de caliza blanca, esos cañones de granito; y el litoral este está recorrido por la larga planicie de Aléria… Evidentemente, Córcega posee la topografía más variada de las islas del Mediterráneo. También una fauna y una flora única y frágil, con bastantes especies endémicas. Una riqueza natural que hay que preservar, por lo que dos tercios de la superficie de la isla son Parque Natural Regional, en total 3500 km², con cinco Reservas Naturales y un Parque Marino Internacional.
Los amantes de la
naturaleza están de enhorabuena porque en Córcega es un lugar ideal para hacer
senderismo. En las múltiples rutas
de senderismo que hay puede observarse la variedad de paisajes y
apreciarse la inmensa riqueza natural de la isla. Está la famosa ruta
GR20, espectacular, pero
de las más duras de Europa, que cruza la isla de noroeste a sureste recorriendo
el corazón del Parque Natural, y posee 15 etapas; la ruta Da Mare a Mare (de un mar a
otro), de oeste a este; o la ruta
Tra mare e Monto (entre mar y montaña), de norte a sur. Además,
dentro del recorrido GR20 se encuentra una ruta menos difícil: la ruta de las Agujas de Bavella, que
forman parte del Parque Natural Regional, y que van de la región de Sartène
hasta la costa este, una de las rutas más espectaculares, con los mejores
paisajes del interior de la isla.
A estas alturas
queda claro que nos gustan las islas. Hemos recorrido los archipiélagos Balear
y Canario, Reino Unido y Madeira, casi siempre con la premisa de hacer
senderismo y esta vez nos hemos decidido por la isla más montañosa del
Mediterráneo y la cuarta en tamaño: Córcega.
Hilvanar todo un
trayecto no directo a la isla ida y vuelta, ha sido un trabajo alucinante que
Susi se ha currado a la perfección. El primer paso fue comprar en la Librería
Desnivel de Madrid la pequeña pero completísima guía excursionista Rother, por
el tamaño de la isla y la distribución de las mejores rutas decidimos fijar dos
puntos de residencia: Corte, en el centro montañoso y Porto Vecchio, un remanso
de paz en la mitad sur. Siempre alejados de las grandes ciudades, Ajaccio,
Bastia y Bonifacio, que luego hemos visitado.
Solo encontramos un
vuelo directo desde Barcelona, demasiado caro, al que había que sumarle pernoctar dos noches y
el AVE ida y vuelta. Como tenemos tiempo y días, tomamos la otra opción más peregrina
que salió de maravilla: autobús a Valencia, a cien metros de la estación, Metro
al aeropuerto y vuelo Ryanair a Pisa. Autobús a la Estación Central, tren a
Livorno y bús a la puerta del pequeño Hotel Giapponese Inn, en pleno centro y a
un km aproximadamente del puerto de salida de los ferrys que van a las islas.
Una vez instalados, callejeamos por los escaparates de moda italianos. Livorno
es una ciudad portuaria de aspecto decadente pero bulliciosa, que acapara el
tráfico marítimo de los ferrys a las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Buscamos
hasta encontrar en el puerto las oficinas de Moby, nuestro ferry reservado por
internet. Confirmados los billetes de ida y vuelta, y el punto de partida, nos dedicamos a la
agradable tarea de ubicar nuestra cena. En una esquina encontramos una
terracita con buena música; una especie de vinacoteca, donde solo pagas las
copas de vino y puedes picotear de todo cuanto haya. Después, un gelato
italiano y a dormir.
Buen desayuno, y a
las 07:30 tenemos un taxi a la puerta, para no arrastrar maletas y mochilas. En
cinco minutos nos deja junto a la popa del ferry de Moby con destino a Bastia,
que con su gran boca abierta se tragaba, camiones, autocaravanas, coches y
grandes motos sin cesar. Un empleado, tras identificarnos, nos acompañó por la
boca y nos subió en ascensor hasta las cubiertas del barco. Entonces nos dimos
cuenta que quizás, éramos los únicos pasajeros que no traíamos vehículo.
Tomamos posesión de una mesa en la tranquila cafetería de popa para afrontar las cuatro horas de travesía hasta la isla. Partimos. El barco se mueve saliendo del puerto de Livorno, subimos a la cubierta exterior que está atestada de gente en hamacas y bancos de plástico. Son los moteros y los dueños de las caravanas, muchos alemanes y algunos franceses, todos deseosos de tomar el sol en cubierta.
Entre lecturas de libros y las futuras rutas que nos hacen divagar, va pasando el tiempo y algunas islas en el horizonte que nos hacen subir de nuevo a las cubiertas exteriores. Después, ya comienza a definirse nuestro destino en el horizonte: Córcega. No logramos situarnos en los mapas porque solamente vemos una parte frontal que se va ampliando cada vez más, hasta que por fin lo entendemos. Lo que estamos viendo es Cap Corse, la punta norte de la isla que es como una pequeña península donde esta Bastia, la gran isla no te la imaginas.
Tras un tranquilo atraque en el puerto de Bastia, a unos pasos de la salida de la estación marítima, enfrente tenemos la oficina de Europcar, nuestra agencia de alquiler de coches por internet, y a la puerta un Citroen C-4 esperándonos. Trámites rápidos y al coche. Tiene una conducción suave y muchos detalles técnicos, entre ellos un navegador, que no un GPS, con el mapa de la isla que te va dando datos de carreteras, calles, gasolineras y algo que me pareció muy importante, te anuncia la velocidad permitida en cada tramo. Decidimos comer en el trayecto a Corte en un pequeño restaurante, una gran ensalada y canelones al estilo corso, una delicia. En la isla, las distancias no se miden por kilómetros sino por tiempo. De Bastia a Corte 02:40 horas. Nos instalamos en nuestro apartamento, que tiene jardín y piscina, situado a unos diez minutos a pie del centro de Corte, tras cruzar el puente sobre el río Restonica.
Tomamos posesión de una mesa en la tranquila cafetería de popa para afrontar las cuatro horas de travesía hasta la isla. Partimos. El barco se mueve saliendo del puerto de Livorno, subimos a la cubierta exterior que está atestada de gente en hamacas y bancos de plástico. Son los moteros y los dueños de las caravanas, muchos alemanes y algunos franceses, todos deseosos de tomar el sol en cubierta.
Entre lecturas de libros y las futuras rutas que nos hacen divagar, va pasando el tiempo y algunas islas en el horizonte que nos hacen subir de nuevo a las cubiertas exteriores. Después, ya comienza a definirse nuestro destino en el horizonte: Córcega. No logramos situarnos en los mapas porque solamente vemos una parte frontal que se va ampliando cada vez más, hasta que por fin lo entendemos. Lo que estamos viendo es Cap Corse, la punta norte de la isla que es como una pequeña península donde esta Bastia, la gran isla no te la imaginas.
Tras un tranquilo atraque en el puerto de Bastia, a unos pasos de la salida de la estación marítima, enfrente tenemos la oficina de Europcar, nuestra agencia de alquiler de coches por internet, y a la puerta un Citroen C-4 esperándonos. Trámites rápidos y al coche. Tiene una conducción suave y muchos detalles técnicos, entre ellos un navegador, que no un GPS, con el mapa de la isla que te va dando datos de carreteras, calles, gasolineras y algo que me pareció muy importante, te anuncia la velocidad permitida en cada tramo. Decidimos comer en el trayecto a Corte en un pequeño restaurante, una gran ensalada y canelones al estilo corso, una delicia. En la isla, las distancias no se miden por kilómetros sino por tiempo. De Bastia a Corte 02:40 horas. Nos instalamos en nuestro apartamento, que tiene jardín y piscina, situado a unos diez minutos a pie del centro de Corte, tras cruzar el puente sobre el río Restonica.
Os vamos a relatar
el regreso desde Porto Vecchio, puesto que el resto de situaciones os las
describiremos en las rutas de senderismo que colgaremos seguidamente en el
Blog.
El último día ha sido el que menos hemos madrugado. La tarde anterior, habíamos liquidado la cuenta del apartamento de Porto Vecchio y amablemente nos permitieron imprimir las tarjetas de embarque del vuelo de Ryanair. Así que, salimos a las ocho de la mañana con el coche y las maletas cargadas. La duración estimada hasta Batia, unas tres horas y el ferry de Moby parte hacia Livorno a las 14:10 horas. Por el camino paramos a desayunar tranquilamente, y a las doce y media habíamos devuelto el coche alquilado, permitiéndonos dejar el equipaje en la oficina mientras tomamos un tentempié. Embarcamos por la gran boca de popa como la vez anterior. Ahora elegimos unos asientos cercanos a la cafetería, parecidos a los de un avión, mucho más cómodos, donde dar una cabezadita recordando los fantásticos sitios que hemos visitado.
Buen atraque en Livorno, bus a la Estación Central y tren, esta vez a la Estación Central de Pisa, que está más cerca del Aeropuerto. Pisa es un lugar agradable y vale la pena volver a visitarlo. A doscientos metros de la estación tenemos reservado un B&B sencillo y limpio para pasar la noche. Dejamos las maletas y salimos; queremos ver la Torre y el Domo antes de que anochezca, para luego cenar. Hay buen ambiente y música en las calles, con la media hora que tardamos en llegar, el sol termina de ponerse. Todavía quedaba un último turno guiado para visitar la Torre de Pisa, pero desistimos y hacemos fotos nocturnas.
El último día ha sido el que menos hemos madrugado. La tarde anterior, habíamos liquidado la cuenta del apartamento de Porto Vecchio y amablemente nos permitieron imprimir las tarjetas de embarque del vuelo de Ryanair. Así que, salimos a las ocho de la mañana con el coche y las maletas cargadas. La duración estimada hasta Batia, unas tres horas y el ferry de Moby parte hacia Livorno a las 14:10 horas. Por el camino paramos a desayunar tranquilamente, y a las doce y media habíamos devuelto el coche alquilado, permitiéndonos dejar el equipaje en la oficina mientras tomamos un tentempié. Embarcamos por la gran boca de popa como la vez anterior. Ahora elegimos unos asientos cercanos a la cafetería, parecidos a los de un avión, mucho más cómodos, donde dar una cabezadita recordando los fantásticos sitios que hemos visitado.
Buen atraque en Livorno, bus a la Estación Central y tren, esta vez a la Estación Central de Pisa, que está más cerca del Aeropuerto. Pisa es un lugar agradable y vale la pena volver a visitarlo. A doscientos metros de la estación tenemos reservado un B&B sencillo y limpio para pasar la noche. Dejamos las maletas y salimos; queremos ver la Torre y el Domo antes de que anochezca, para luego cenar. Hay buen ambiente y música en las calles, con la media hora que tardamos en llegar, el sol termina de ponerse. Todavía quedaba un último turno guiado para visitar la Torre de Pisa, pero desistimos y hacemos fotos nocturnas.
Luego callejeamos hasta decidirnos por una terraza donde cenar. La pasta en Italia siempre es diferente. Después vamos en busca de un gelato, hay cola para conseguirlo pero vale la pena. Al llegar al río nos sorprende el volumen de la música y las luces apagadas; entonces unos cañones de luces de colores comienzan a iluminar las fachadas y los puentes sobre el río creando un ambiente precioso. A la mañana siguiente madrugamos para desayunar, y a la puerta del B&B tenemos la parada del bus al aeropuerto, este no lo teníamos controlado pero ha salido al milímetro. Facturamos y embarcamos en el vuelo a Valencia. Ya en suelo patrio, desde el aeropuerto tomamos el Metro hasta la estación de ferrocarril, y billete Valencia-Alicante que salía enseguida. Desde Alicante, tren de cercanías hasta la puerta de casa. Realmente acojonante.
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